jueves, 31 de julio de 2014

Las novelas tontas de ciertas damas novelistas - George Eliot

1/5

Que Mary Anne Evans decidiera firmar sus novelas con un pseudónimo masculino no es resultado de un mundo editorial opresor con las mujeres. En su siglo, como en otros anteriores, las mujeres podían perfectamente escribir y publicar con sus nombres reales. Que Mary Anne Evans decidiera firmar sus novelas como George Eliot se debió solamente a que la autora consideraba que de la otra forma sentenciaría su obra a la categoría de novelilla femenina o de baja calidad.

Las novelas tontas de ciertas damas novelistas es un brevísimo ensayo escrito con, digamos, muy mala baba. George Eliot muestra muy poca sensibilidad o consideración para otras mujeres novelistas de su época. Es cruel, es mala, y además, es muy injusta.

Imagino a George Eliot sentada en su mesa de trabajo intentando escribir su novela realista y tirándose de los pelos pensando en las temáticas románticas de sus coetáneas, pensando en todas esas protagonistas hermosas y en esos aristócratas ricos y educados, pensando en esas convenciones literarias a las que ella debería renunciar si quería ser tomada en serio. Seguiría tirándose de los pelos imaginando que en esas novelillas rosas escritas por mujeres las autoras podían matar a un marido viejo y plomo sólo para que su damisela pudiera irse con el joven y guapo pretendiente. Un poeta, siempre aparece un poeta! y también un cura!. Son tan previsibles estas mujeres! No, ella no caería en esos argumentos típicos de las mujeres "sin cultura" (como ella misma dice), de esas mujeres "tontas" (como las define).

En este breve ensayo, George Eliot se despacha a gusto y saca todo su arsenal de ironías y de burlas para reírse y ridiculizar hasta la crueldad a otras autoras. No generaliza, no, ella suelta nombres y apellidos, cita textos y argumentos, copia diálogos y los disecciona hasta sacarles todo el jugo necesario para hacer sus bromas y sus críticas. Resulta, de verdad, absolutamente repulsiva.

Y, además, hipócrita.

Porque resulta que, si no recuerdo mal, en su obra principal, Middlemarch, cae en muchas de las convenciones a las que critica en este ensayo. Dorotea, es su hermosísima protagonista. No sólo es hermosa, es que además es perfecta: tiene un corazón bondadoso, es culta, es inteligente, es modesta. George Eliot ha creado un personaje al que adoramos desde el principio. La casa con un rico y culto aristócrata, que tiene como defecto su vejez y también que es un poco aburrido, así que la autora, para darle algo de vidilla a la novela, decide matar al marido de un ataque al corazón para que su protagonista femenina pudiera casarse con el joven y apuesto pintor, sobrino del marido si mal no recuerdo. No hay, eso sí, ningún poeta, aunque juraría que hay varios curas en la novela. Me sorprende que George Eliot, cuando escribía este ensayo no recordara que había caído también en algunos de esos convencionalismos que tan duramente critica.
Una mujer verdaderamente culta, como un hombre verdaderamente culto, será una persona más sencilla y menos molesta gracias, precisamente, a sus conocimientos; su cultura le permite juzgarse fríamente y opinar con algo semejante a un canon de las proporciones. Por tanto, no convierte la cultura en un pedestal desde el que ufanarse de ver a todos los habitantes y las cosas del mundo, sino en una perspectiva que le permite estimarse a sí misma adecuadamente. 
Me alegra saber que George Eliot, en Las novelas tontas de ciertas damas novelistas "no" se sitúa en un pedestal de soberbia. Me alegra saber que George Eliot es "sencilla" y "poco molesta", y que "no" presume nunca de todos sus conocimientos. Me alegra saber que, como mujer culta que es, "no" se cree superior a todas las demás escritoras, porque supongo que presumir de algo rebajando a los demás es signo de mala educación y además poco cortés.

... Espero que se me haya entendido la ironía ...

Me pregunto si los hombres novelistas de la época escribían siempre obras maestras. Según parece, George Eliot no tenía ninguna duda sobre esto. Al menos a ellos no les critica ni les ridiculiza. 

Nada, pero nada, recomendable.

viernes, 25 de julio de 2014

jueves, 17 de julio de 2014

Castilla - Azorín

2/5

Los escritores de la Generación del 98 sintieron una atracción especial por las tierras de Castilla a pesar de no ser castellanos: Unamuno y Baroja eran vascos, Valle-Inclán gallego, Azorín alicantino y Machado era de Sevilla. Yo, que soy gallega, entiendo también lo exótico de la llanura castellana.

Reconozco que al abrir Castilla, pensaba encontrarme con un libro de viajes, de recuerdos o impresiones, pero no fue así. Castilla habla sobre la llegada del ferrocarril, sobre las fondas, ventas y posadas, sobre la fiesta de los toros (en la visión amable del poeta Juan Bautista Arriata o en su versión satírica de Eugenio de Tapia) y después cambia un poco el tono y se vuelve algo más intimista, si esa es la palabra. Habla sobre todo del paso del tiempo (por ejemplo en "Una ciudad y un  balcón", "La catedral"), de lo que Unamuno denominaba la "intrahistoria", la vida cotidiana de las gentes sencillas. Un mismo paisaje le sirve a Azorín para describir su transición en el tiempo: con un catalejo veremos la llegada de un caballero (suponemos del siglo XVI) por el mismo sitio en el que siglos más tarde veremos cruzar trenes llenos de viajeros (ppios del siglo XX).  Preocupa mucho a Azorín el destino del hombre, la vida y la muerte, el tiempo que gira como una rueda, repitiendo hasta el infinito las mismas vidas y los mismos sentimientos. Sí, quizás nos pensemos distintos a las gentes que vivieron antes que nosotros, pero hoy podemos observar edificios que otros vieron antes, las mismas estrellas, las nubes, el cielo, el mar, o podemos ser el mismo tropel de estudiantes por las calles de Salamanca, un tropel diferente, pero seguro que con las mismas motivaciones y ansias.
“"Vivir - escribe el poeta - es ver pasar". Sí; vivir es ver pasar: ver pasar, allá en lo alto, las nubes. Mejor diríamos: vivir es ver volver. Es ver volver todo en un retorno perdurable, eterno; ver volver todo - angustias, alegrías, esperanzas - como esas nubes que son siempre distintas y siempre las mismas, como esas nubes fugaces e inmutables".
Me han gustado las reflexiones de Azorín sobre la vida y el tiempo, aunque su lectura a veces no resulte fácil con tanto vocabulario hoy en desuso, pero, aunque el libro es muy interesante y nos dé muestras de una gran sensibilidad ante el paisaje castellano, no es Castilla uno de los libros que volvería a releer en el futuro. Aunque le debo ahora el conocimiento de Aureliano de Beruete, a quien Azorín dedica su libro, vale la pena pararse y buscar su obra. Aquí un ejemplo:

Aureliano de Beruete

miércoles, 16 de julio de 2014

El bosque animado - Wenceslao Fernández Flórez

5/5

Desde hace diez años vivo en el campo, en una pequeña pedanía en la provincia de Lugo, rodeada de árboles y de campo, en la montaña. A pocos km de mi casa hay una fraga, inmensa, llena de tantos árboles que hay tramos en los que no crece ni siquiera hierba, porque no llega suficiente luz. Sólo el musgo se extiende allí, cubierto de hojas secas, de ramas caídas y de algunas setas. Las raices de algunos de estos árboles sobresalen por encima de la tierra, y parecen arrugas de la tierra. A veces se oyen pájaros, otras veces silencio absoluto. Encierra secretos y leyendas, como todas las fragas de Galicia.

En castellano el significado que más se aproxima a fraga es quizás el de bosque. Un tipo de bosque salvaje, donde crecen espontaneamente árboles de todo tipo, sobre todo robles (en Galicia llamados carballos) y castaños. La vegetación lo cubre todo, no hay claros en una fraga. Estos inmensos "jardines" los ha diseñado la madre naturaleza, colocando allí y allá todo lo que brote de su imaginación. Es algo vivo, imposible de abarcar.

Wenceslao Fernández ha conseguido con "El bosque animado", la obra de la que estaba más orgulloso, transmitirnos lo que hay de vivo y de verdadero en la naturaleza gallega. El paisaje es tan importante como sus gentes, sus árboles hablan, sus animales se comunican y hasta la lluvia y el viento tienen algo que decirnos. Cuando lo lees sientes que no estás leyendo ciencia ficción, "árboles que hablan??", sino algo delicado y único, algo elegante y precioso. Sus conversaciones son sencillas y nos producen ternura. Llega al corazón.

En la fraga de Cecebre, lugar donde transcurre esta historia, no hay sólo un protagonista. Cada capítulo tiene los suyos propios, ya sean estos árboles o animales (el topo Furacroyos, el murciélago Abrenoite, Morriña el gato, etc) o bien hombres y mujeres. Hay lirismo en su prosa y también hay humor del bueno, del que te saca una sonrisa. Aparece la Santa Compaña y también un fantasma que va pidiendo, a quien no huya espantado, que cumpla por él la promesa de ir en peregrinación a San Andrés de Teixido. Hay historias tristes y hay pobreza y miseria, pero también tienen su hueco las historias divertidas (como la de las hermanas Roade, recién llegadas de Madrid). Leemos sobre la riqueza de los que viven en el pazo y otros, como Marica da Fame, que no tiene mendrugo que llevarse a la boca. Está Geraldo y Hermelinda, y también los hermanitos Fuco y Pilara, hay un anciano loco que se cree un gran señor y hasta una meiga, que quita el mal de ojo y que incluso se dice que ha visto al diablo. Hay tanto en este libro!

Es un libro maravilloso, un libro todo sensibilidad sobre la naturaleza y sobre el alma de la gente del norte.